¿Hay esperanza?

Esta es la situación. Según un estudio de 2019, solo el 0,001% de la población mundial (79.000 personas de casi 8.000 millones) respiraba aire realmente limpio, y vivían en Australia y Nueva Zelanda. Los contaminantes atmosféricos están implicados en la génesis del cáncer y de los trastornos cardiovasculares. 

Investigaciones recientes advierten que el contenido en nutrientes de los alimentos ha disminuido a lo largo de los años debido a las prácticas de gestión de la tierra con un uso intensivo de pesticidas y fertilizantes químicos, así como al drástico cambio climático. Un metaanálisis de 2014 de 7.761 mediciones de CO2 en aire libre (FACE) y 130 especies de plantas informó que los niveles elevados de CO2 redujeron la concentración global de 25 minerales en las plantas, especialmente calcio, magnesio, potasio, zinc, cobre y hierro. Además, el contenido de proteínas se redujo entre un 6 y un 7%, mientras que el de azúcares aumentó en torno a un 7%. Esto tendrá graves consecuencias. La humanidad parece ir hacia la extinción. ¿Hay esperanza? Está claro que no podemos perder la esperanza. A pesar de todo. 

Hay miles de aviones que rocían cada día en los cielos con aluminio y cadmio, multiplicando el número de enfermos de cáncer y Alzheimer. Además, hay virus y bacterias patógenos por todas partes. Y la exposición nociva a campos electromagnéticos y radiaciones inalámbricas emitidas por teléfonos móviles, señales wifi, routers y más, ya que se ha demostrado que este tipo de radiación causa graves daños por disfunción mitocondrial, y hay personas que se pasan todo el día con sus teléfonos encendidos y otras que no los apagan ni por la noche. 

Y hay las vacunas, la más cruel maquinación de la industria farmacéutica, el mal absoluto, más nefasta de la industria de las armas. 

Entonces, la gente está cada vez más enferma, con un enorme aumento de infecciones crónicas, cánceres, insuficiencia renal, demencia, infartos. Está claro que en esta situación es necesario actuar con inteligencia y planificar la ingesta oportuna de suplementos y una dieta que sea esencialmente PRAL (limitadora de la carga ácida renal), muy baja en oxalatos y productos de glicación avanzada, y capaz de drenar continuamente toxinas, glifosato, metales pesados, y que ayude a tener bajo control bacterias y virus potencialmente patógenos. Y, sobre todo, que favorezca al máximo la eficacia mitocondrial protegiendo (en parte) de la radiación: si hay disfunción mitocondrial, no se puede ir muy lejos. Las dietas deben ser estrictamente personalizadas. Sin dieta es imposible llegar a la verdadera curación de enfermedades graves como la insuficiencia renal, la diabetes, el lupus o el cáncer. Ayudé a planificar muchas dietas, siguiendo los principios de la “Alimentación Funcional de Precisión”, dietas que muy pocas personas conseguían cumplir. Incluso personas gravemente enfermas. Ante este panorama desolador, limitaré mi colaboración al trabajo terapéutico y dejaré de proponer dietas. Solo podemos elaborarlas si nos las piden personas verdaderamente conscientes que quieran invertir en su salud. Y se acabaron las dietas gratis o baratas. Pondremos un precio adecuado al largo trabajo que suponen y entonces merecerán más respeto.

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